— ¿Canalizador? — pregunté yo, extrañado— ¿qué es eso?
Mi amigo, siempre inquieto, me había propuesto, como en otras ocasiones, que realizásemos un viaje. Un viaje exterior que, según él, era el reflejo de un viaje interno. Un viaje exterior en el que, esta vez, íbamos en busca de un canalizador: una persona, siempre según mi amigo, que era capaz de contactar con guías, con maestros, con ángeles, con seres a los que nosotros poníamos un nombre porque desconocíamos su verdadera naturaleza, o eso decía mi amigo.
Yo, sin embargo, no conocía ese término y no conocía qué implicaciones tenía; así que, inquieto, extrañado, le preguntaba una y otra vez sobre el sentido auténtico de este viaje.
— El sentido auténtico —me dijo mi amigo— es simplemente darnos a nosotros mismos la oportunidad de conocer, de contemplar una visión más profunda de nuestra vida, una visión que trasciende lo físico y que nos habla de las verdaderas lecciones que ocultan nuestras experiencias.
Pero ¿y cómo sabe eso un canalizador? —pregunté de nuevo.
— Mira, Alberto, un canalizador no es más, como su nombre indica, que un canal: un puente entre distintos planos de la misma realidad. Un puente que establece un contacto con unos seres habitualmente no encarnados, con seres de energía, que nos hablan, por decirlo así, acerca de nuestras vidas, de nuestras experiencias y lecciones, pero siempre desde un punto de vista más profundo. Seres que disponen de una visión capaz de profundizar en la materia, para acceder a información verdaderamente trascendente. Una información que fluye a través de aquel al que llamamos canalizador.
El canalizador —continuó diciendo mi amigo—, en parte, es un instrumento.
¿En parte? —dije— Según lo que me vas explicando, yo pensaba que el canalizador era en sí mismo un instrumento.
— Sí y no. —continuó diciendo mi amigo— Es un instrumento en el sentido de que su alma, antes de encarnar, realiza un pacto de almas: un acuerdo entre almas para que, una vez encarnado, su ego sirva de canal, de forma de contactar con esas energías, con esos seres de luz, habitualmente de luz, a los que nosotros llamamos maestros, guías o ángeles. Sin embargo, al mismo tiempo, un canal es también, por encima de todo, un alma encarnada que realiza un viaje de aprendizaje, de experimentación, de vivencias, idéntico al nuestro y, por tanto, él también tiene derecho a evolucionar, a aprender, a sanar limitaciones, a liberar creencias limitantes, a sanar, liberar y transmutar miedos que le bloquean.
Un canal, al ser un alma encarnada, también tiene sus sombras y sus luces que van evolucionando y según van evolucionando permiten que su capacidad en sí cambie, mejore, pues un canalizador no hace nada. Un canalizador, en realidad, lo que hace es deshacer.
— ¿Deshacer? —pregunté yo— ¿Qué quieres decir con eso? Por lo que me estabas explicando, yo pensaba que para ser canalizador habría que hacer cosas, habría que hacer cursos, habría que hacer viajes, habría que conocer a maestros, gurús, filósofos…
— No. —dijo mi amigo— No, Alberto, eso no es así. Para ser un buen canalizador, en realidad, no hay que hacer nada. Lo que hay que hacer, por decirlo así, es deshacer, deconstruir miedos, limitaciones, barreras.
Barreras que nuestro ego ha ido poniendo basadas en miedos, en creencias, en paradigmas sociales que integramos y hacemos nuestros. Paradigmas que nos limitan, paradigmas que hablan de conceptos del mundo; parciales, incompletos, y que no nos dejan ver, contemplar, conocer el mundo en su unidad e integridad.
Una unidad e integridad que nos habla de la multidimensionalidad, pues la realidad, nosotros mismos y el mundo que nos rodea, somos multidimensionales, seres multidimensionales.
Y como tal, todos y cada uno de nosotros somos capaces de contactar con otros planos y con seres de energía, a veces de luz y otras veces de sombra, seres que se interrelacionan con nuestro plano, que se mueven en nuestro plano igual que nosotros, habitualmente de forma no consciente, nos movemos en distintos planos.
— Javier, has dicho seres de luz y has dicho también seres de sombra. Yo pensé que un canalizador, por lo que me estabas explicando, sólo contactaba con seres de luz.
— Sí y no, Alberto. Sí y no. Hay que matizarlo, como casi todo en esta vida.
En realidad, canalizar es lo que podríamos llamar un acto, una actitud, para algunos un don, para algunos un castigo, para algunos una bendición, pero en cualquier caso es neutral.
Es decir, es la capacidad de contactar con otros planos, de contactar a veces con los Registros Akashicos, pues eso también es una forma de canalización; a veces de recordar de forma no consciente, o incluso parcialmente consciente, nuestras actividades en el mundo de los sueños, en los que nuestra alma se libera de nuestro ego para viajar, por llamarlo así, a otros planos y dimensiones en los que aprender, sanar.
Traer a la consciencia un recuerdo de esas actividades, aunque no sea un recuerdo que racionalmente se pueda entender, también es canalizar.
Pero canalizar en sí es neutral. Canalizar nos habla de desvincularnos del ego, de superar las limitaciones del ego, de superar las limitaciones de la racionalidad.
Pero no nos habla necesariamente de que la canalización proceda de seres de luz o de aquello que, con un miedo y un respeto en cierta forma erróneos, llamamos seres de sombra.
Un canalizador canaliza los seres que son más afines a él. Si él vive en la luz mayoritariamente (por decirlo así, pues todos al encarnar tenemos luz y sombra), pero si es un ser de luz, canalizará, vibrará en armonía con seres de luz. Si es un ser de sombra, canalizará y vibrará en armonía con seres de sombra, y a ellos canalizará.
Por eso, la mejor forma de conocer realmente qué ser canaliza un canalizador es simplemente abrirnos. Abrirnos a nuestras propias percepciones, a cómo su mensaje resuena y vibra en nuestro interior.
Después de todo, somos seres libres. Seres libres y seres responsables. Es nuestra libertad y es nuestra responsabilidad el camino que realizamos, y somos nosotros quienes debemos percibir qué mensajes vibran en armonía con nuestro camino y cuáles no. No debemos dejar esa responsabilidad a nadie externo, por decirlo así. No debemos acatar órdenes, no debemos acatar mensajes, no debemos ceder nuestra voluntad a alguien que nos diga lo que es adecuado, no para nosotros.
Sólo yo, amigo Alberto, sé qué es adecuado para mí. Sólo yo sé si este canalizador vibra en armonía en este momento, en este punto de mi evolución, o si no es adecuado para mí. Sólo yo tengo esa libertad y esa responsabilidad, y no la voy a ceder a nadie, encarnado o no encarnado.
Escucharé el mensaje si así es mi decisión, y contemplaré, por decirlo así, observaré, si vibro o no en armonía con él.
Si no vibro en armonía con él, lo desecharé, pues tengo la libertad y la responsabilidad de decidir cuáles son mis pasos en este camino de evolución, sin ceder jamás, bajo ningún concepto, ese derecho a nadie, encarnado o no encarnado, da igual la etiqueta o nombre que los demás le pongan o que él se ponga a sí mismo. Siempre, por encima de todo, la canalización es un acto de libertad y de responsabilidad. Y yo, que escucho ese mensaje, yo que recibo ese mensaje, tengo la libertad y la responsabilidad de decidir si es adecuado o no para mí. No entraré en juicios, no descalificaré ni insultaré ni ofenderé, pero decidiré en libertad y responsabilidad si ese mensaje es adecuado para mí.
Y ese es el punto, Alberto, más importante en toda canalización: Jamás, bajo ningún concepto, perderé el derecho, la obligación y el privilegio de ser un ser libre, un ser responsable. Yo decidiré qué mensajes vibran o no en armonía conmigo y lo decidiré de forma honesta, escuchándome auténticamente. Porque a veces, solo a veces, decido que algo no es oportuno para mí porque ofende a mi vanidad, porque ofende a mi orgullo, porque, en cierta forma, me dice que todo lo que yo creía que estaba haciendo tan bien, a lo mejor no lo hago tan bien; que a lo mejor puedo ponerme las pilas, por decirlo así, que a lo mejor debo ser más responsable o ser en cierta forma más autoexigente. A veces, solo a veces, los mensajes que no halagan mi orgullo, que no halagan mi vanidad, que no halagan mi ego, los desprecio, y justifico y excuso esa decisión bajo distintos conceptos, cuando, en realidad, es simplemente un ego herido.
Ahí también soy un ser libre y ahí también soy un ser responsable. Yo tengo que decidir si desecho un mensaje de forma honesta, o desecho un mensaje simplemente porque ofende mi vanidad, porque hiere mi orgullo y porque, en cierta forma, me pide que me replantee una vida cómoda y confortable, segura, en cierta manera, aunque en ocasiones me resulte desagradable.
Hoy, una vez más, seré un ser libre, responsable y honesto conmigo mismo, honesto conmigo mismo. La canalización, amigo Alberto, también es un camino de honestidad. Es un camino de respeto al mensaje, de respeto al propio canal, de respeto a aquellos, Alberto, que en un momento dado recibimos el mensaje, respeto al mensaje en sí mismo, respeto a los guías, respeto a todas las facetas, matices y acepciones de la canalización. Un respeto que se traslada en el concepto de Pureza: Un canalizador no debe alterar un mensaje, no debe modificarlo, no debe alargarlo, embellecerlo, o en cierta forma adaptarlo a sus creencias egoicas. Una canalización, Alberto, siempre parte del concepto de que no debo de ninguna manera modificarla, alterarla desde mi ego: entonces ya no sería canalizar, sería simplemente hablar desde el ego; lo cual no es bueno ni malo, simplemente es otra fuente, dado que la canalización se determina por eso, por la fuente, por el origen, que siempre es un origen que trasciende al ego.
Pero Javier, una canalización entonces hemos dicho que trasciende al ego. Que la definimos por su origen, pero ¿Qué forma tiene? ¿Siempre es hablada o siempre es escrita? ¿Cómo es, Javier?
Mira Alberto, una canalización, en realidad, no depende de la forma. La canalización es, en cierta manera, arte, y como el arte no se tiene que subyugar a una única forma de expresión, no tiene que limitarse a ser hablada o escrita, puede ser una partitura musical compuesta dejando fluir una información, un mensaje; dejando fluir una información, una vibración y una energía que procede, no del ego, sino que lo trasciende, pues la canalización, Alberto, y creo que no te lo he comentado, es siempre una unidad tripartita: De información, de energía y de vibración.
Así es, Alberto, la canalización. Una canalización que no tiene, como te estaba diciendo, que limitarse a una única forma de expresión; puede ser una escultura, una pintura, una canción… puede ser un texto, puede ser un discurso, puede ser una oración, o puede ser una actitud, un movimiento corporal, un gesto de las manos, o un baile… todo eso y muchas más formas que desconozco puede ser la canalización. Pues la canalización responde a nuestra naturaleza y nuestra naturaleza es, en muchos aspectos, infinita; en más aspectos de los que nosotros mismos llegamos a determinar.
Bueno, Javier, voy entendiendo algunas de las características, aunque no creas que me queda del todo claro…
Ni te quedará nunca del todo claro, Alberto. La canalización no es algo racional, no es algo, por decirlo así, que se pueda encerrar en un concepto racional. De hecho, me recuerda mucho al Tao. ¿Te acuerdas cuando leímos el Tao, Alberto? Nos decía que el Tao, por explicarlo así, no se puede encerrar en nuestros conceptos mentales, no se puede verbalizar con nuestras palabras, no podemos determinarlo y delimitarlo según criterios puramente mentales.
La canalización, Alberto, también es Tao, no se puede delimitar, controlar, comprender, verbalizar y compartir sólo desde la mente; hay que sentirla, vivirla y expresarla desde nuestra verdadera unidad, desde una energía encarnada que no se limita a conceptos mentales. Así es, amigo Alberto, la canalización, y así debemos vivirla: vivirla en el presente.
¿Qué quieres decir, Javier?
Que nadie, ni siquiera el propio canalizador, sabe el mensaje que se nos va a entregar, no antes de entregarlo. No sabemos, cuando vamos a un canalizador, si responderá a las preguntas que nos inquietan o si nos responderá a otras más pertinentes, más oportunas, en este momento, pero que, a lo mejor, ni siquiera nos hemos llegado a formular. Así es la canalización, algo, en cierta forma, sorprendente, cambiante, pues puedes ir a un canalizador varias ocasiones y cambiar una y otra vez la experiencia. Quizás cambie como canaliza, quizás cambie el mensaje que te entrega o quizás, en cierta manera, siga un mismo esquema. ¿Quién sabe? Ni siquiera el propio canalizador puede saberlo, es más, no puede controlarlo. Si un canalizador controla lo que ocurre, si un canalizador controla lo que debe fluir en libertad, ya no está canalizando; está simplemente actuando desde el ego, lo cual en sí no es bueno ni malo, pero no lo tenemos que nombrar bajo el concepto de canalizar.
Así pues, Alberto, un viaje hacia la canalización es, en parte, un viaje hacia lo desconocido, un viaje hacia nuestra verdadera naturaleza: somos más, mucho más que este cuerpo y esta mente. Un viaje hacia el presente: no podemos determinar de antemano lo que encontraremos; un viaje en el que tenemos que viajar con pocas maletas, con pocos estereotipos, con pocas ideas preconcebidas, pues el canalizador, una y otra vez, las romperá.
Hay canalizadores que son divertidos, otros solemnes. Hay canalizadores que ríen, otros que siempre contestan desde la seriedad, algunos son vegetarianos, otros comen carne. Algunos cantan y bailan, van en coche o viven en grandes ciudades. Otros se aíslan de todo para, en cierta forma, conectar consigo mismo en la naturaleza. Y todos y cada uno de los caminos que eligen son adecuados, pues son caminos que vibran en armonía con ellos. Caminos que vibran en armonía con los seres que tienen que canalizar, seres que nunca vamos a llegar a entender, a comprender del todo; seres que nos entregarán mensajes oportunos para nosotros mismos, en ese momento oportunos para nuestra evolución.
Mensajes que nos hablarán de puertas que el universo abre, o de puertas que debemos cerrar. Mensajes que nos hablan de nuestro fluir, de nuestra evolución. Mensajes, amigo Alberto, cuyo contenido racional, en ocasiones, se nos escapará, pero mensajes que nos hablan del verdadero contenido de la canalización: la canalización realmente, Alberto, es siembra.
¿Siembra, Javier?
Sí, Alberto. La canalización es sembrar y un canalizador no es más, en cierta forma, que un agricultor que facilita la siembra de semillas de luz y consciencia en nosotros. Semillas que evolucionarán, que crecerán, que germinarán y que darán los frutos adecuados, sean cuales sean.
Frutos que, a veces, conscientemente, por decirlo así, detectaré. Frutos que, en muchas ocasiones, se cosecharán en mi no-consciente, ayudando a que mi evolución y aprendizaje sea más fluido, natural y sencillo, aunque mi mente no sea consciente de ello.
Pero también, Alberto, el canalizador debe ser un agricultor sabio y un agricultor sabio sabe que hay aspectos que no puede controlar: no puede controlar el viento, la lluvia, el sol, el granizo, no puede controlar las aves, no puede controlar los insectos…
Un agricultor sabio deja en manos de la naturaleza el libre discurrir de lo que tenga que acontecer, deja en manos del universo —unas manos mucho más sabias que las suyas propias— que ocurra lo que debe ocurrir, que ese mensaje, esa semilla de luz y consciencia, dé el fruto que debe dar, un fruto que será distinto en cada caso, pues cada terreno es distinto.
Cada momento evolutivo es distinto, cada camino es distinto, y eso, Alberto, el canalizador también debe respetarlo: debe respetar que todo ocurre cuando debe ocurrir, de la forma en que debe ocurrir, no en el momento y en la forma que mi mente determina, sino cuando el universo así lo decide.
El universo qué es extensión, proyección, reflejo y unidad con mi alma; un alma que ha determinado mi asistencia o no asistencia a ese encuentro, Alberto, pues ese encuentro al que vamos es un encuentro al que llamamos «Pacto de almas», es decir, un encuentro prefijado por nuestras almas antes de encarnar, para que, en unidad, todos evolucionemos y aprendamos, para que en unidad todos nos ayudemos en este camino de dualidad: de luz y de sombra, de materialidad y de espiritualidad, de eternidad y de transitoriedad.
Un camino, Alberto, en el que todos, incluyendo el canalizador, estamos involucrados. Un camino en el que todos, incluyendo el canalizador, somos maestros y discípulos al mismo tiempo, sin que nadie sea más que nadie, sin que nadie sea menos que nadie.
Un canalizador, Alberto, no es más que un alma encarnada que se ha dado a sí mismo la oportunidad de escuchar su verdadera voz, de escuchar su trascendencia, su eternidad, y de escuchar lo que esa eternidad lleva aparejado: guías, registros akashicos, maestros, seres de luz… almas, al final almas que se asesoran, que se ayudan, que en cierta forma, se tienden la mano para recorrer con más facilidad, sencillez, armonía y equilibrio este camino que, a veces, nos resulta desagradable, difícil y arisco, siempre desde los ojos del ego, siempre visto desde los ojos del ego.
Bueno, Javier, me has contado mucho acerca de la canalización, y aunque muchas dudas tengo, quizá sea el momento de darme esa oportunidad, de escuchar esa voz que me habla de trascendencia, de eternidad, que me habla de contemplar mi vida desde un punto más profundo que la simple superficialidad y materialidad. Quizá, amigo Javier, sea ese momento.
Quizá, amigo Alberto, sea ese momento.
Pero, decidas lo que decidas, sé siempre consciente de que es la decisión correcta, de que eres un ser libre y responsable. Y desde esa libertad y responsabilidad recorres tu camino de la forma más adecuada, más oportuna, de la forma correcta en función de tu momento evolutivo, sin que nada debas recriminarte, sin que por nada debas juzgarte. Simplemente conocerte, amarte, respetarte y expresarte en libertad, Alberto, estos cuatro pilares siempre deben acompañarte.
Gracias, Javier. Quizá sea momento de coger el coche y embarcarnos en esa aventura. Quizá sea el momento.