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Siempre quise ser marinero. Quizá, solo quizá, porque mi padre también lo fue. Y a veces, la herencia de la familia pesa más que la búsqueda de una felicidad auténtica.

Sí, siempre quise ser marinero. Quizá, solo quizá, porque en las noches, cuando estoy en el puerto, cuando me despido abrazado a una mujer a la que he jurado amor eterno, una mujer con la que he compartido alcohol, pasión y música, cuando me despido sabiendo que no volveré a verla, sé que no tendré que enfrentarme a la rutina, al cansancio, a las facturas y a la educación de los hijos.

Sé que esas promesas vacías, falsas, que mutuamente nos hacemos, me acompañarán en las noches de invierno en alta mar y que, en cierta manera, alimentarán mis recuerdos en mi corazón. Sé que en muchas ocasiones esa pasión es un fuego que arde intenso, pero que rápidamente se apaga. El amor auténtico muchas veces es el rescoldo que no arde con tanta intensidad, pero que verdaderamente ayuda a forjar la espada. El rescoldo que en el día a día alimentamos, el rescoldo que habla de rutina y de cotidianeidad, y de facturas y de sueños compartidos, de empatía, de confianza y de esperanza común.

Sí, sé que hoy, cuando me despido entre promesas de amor eterno que ni ella ni yo tenemos intención de cumplir, me llevo conmigo un grato recuerdo. Me llevo un engaño, en cierta manera, pero un engaño dulce que a veces prefiero a la verdad amarga.

Sí, siempre quise ser marinero, quizá solo quizá, porque cuando leía las aventuras de Ulises y cómo las sirenas le atraían con sus voces, pensaba: tengo que hacer que esas sirenas cambien, que ayuden a Ulises a navegar y a llegar a su puerto, no que le atraigan a bajíos y rompientes. Yo las salvaré. ¿De qué? Pienso ahora. ¿De su propia naturaleza? ¿De ser cómo son? Quiero ser marinero, no salvador. Yo no soy quien para salvar a las sirenas. Yo no soy quien para cambiar el destino de Ulises. Yo no soy quien para arrogarme el derecho, la obligación, el privilegio de salvar a una sirena de su propia naturaleza. Yo no soy quién, pero antes no lo entendía.

Sí, siempre quise ser marinero. Quizá porque cuando veo la pálida luz de la luna reflejada en la noche, en esas aguas tranquilas, pienso que yo soy como el mar, que mis verdaderos tesoros y mis verdaderos demonios se esconden en las profundidades, y que lo que muestro en la superficie es solo una pequeña, pequeñísima parte de lo que verdaderamente yo soy. Así es el mar, que oculta sus tesoros y sus demonios a los marineros inexpertos y los muestra solo a los capitanes avezados. Pues así soy yo también. Oculto mis demonios y mis tesoros en mis profundidades, y muestro en la superficie solo pequeños indicios de lo que verdaderamente soy. Indicios que el grumete no sabe leer, pero que el capitán descifra con ojo maestro.

Sí, siempre quise ser capitán. Quizás, solo quizás, porque en la promesa de nuevos puertos y de mares infinitos soñaba con tesoros. Porque a lo mejor en esos tesoros podía encontrar riqueza. Porque a lo mejor en esa riqueza podía encontrar amor y felicidad. Porque sin darme cuenta, me alejaban de mi presente, que era, que es, lo único que tengo.

Sí, siempre quise ser marinero, quizá solo quizá, porque en un momento dado mi alma bebió de una fuente de sabiduría y decidió que quería conocer el mar, que quería conocer los puertos, los tesoros y los demonios que el mar esconde.

Por eso se dotó de este cuerpo pequeño, enjuto, ágil, fuerte, resistente, curtido por el sol y por la sal. Quizá, quizá por eso quiero ser marinero. Quizá por una razón que mi mente no puede entender nunca, pero una razón auténtica. Quizá porque mi alma desea navegar, experimentar y conocer el mar, la vida. Igual que yo me siento atraído por el mar, quizá mi alma se sienta atraída por la vida, por las experiencias, los demonios y, por qué no, los tesoros que la vida esconde.

Quizá yo, cuando tiemblo de emoción al surcar de nuevo los mares, estoy experimentando lo mismo que experimenta mi alma al dotarse de un cuerpo, de un ego, para navegar por esta vida. Quizá yo, cuando mi corazón se inunda de lágrimas de alegría porque vuelvo a la mar, o de lágrimas de tristeza porque vuelvo a tierra, sienta algo parecido a lo que siente mi alma cuando navega por esta vida de infinitos caminos.

Quizá, solo quizá, quizá simplemente sea marinero porque forma parte de mi naturaleza. Quizá porque veo el mar y sueño, porque veo la tierra y reniego de ella.

Quizá solo quizá, porque lleve agua salada en mis venas.

Quizá, solo quizá, porque las sirenas, los tesoros y los demonios del mar formen parte de mí. Quizá. Solo quizá.

Quizá me sienta atraído por aquello que forma parte de mí mismo. Quizá me sienta atraído por aquello que es reflejo de lo que yo soy. Insondable, profundo. Algo que oculta a los ojos inexpertos su verdadera naturaleza.

Quizá. Solo quizá.

Quizá simplemente desee reencontrarme con las posibilidades infinitas, con los caminos inciertos y con la aventura que supone navegar.

Y quizá el día que mi cuerpo fallezca, en todos los bares y posadas, hombres y mujeres desconocidos brinden por mí y quizá arrojen unas gotas de ese licor, no a la tierra, sino al mar, para que mi garganta, cansada de la sal, pueda probar el dulce licor. Quizá, solo quizá.

En todo caso, hoy me despert

arán los albatros y las gaviotas. Hoy dormiré con las luces de las estrellas guiando mi camino. ¿Qué más puedo pedir sino eso?

Quizá, solo quizá, soy marinero porque es mi naturaleza.

Quizá, solo quizá soy marinero por decisiones que a mí no me incumben ni corresponden, sino que las almas han tomado.

Quizá. Sólo quizá. Quizá simplemente desee reencontrarme con las posibilidades infinitas, con los caminos inciertos y con la aventura que supone navegar.

Y quizá el día que mi cuerpo fallezca en todos los bares y posadas, hombres y mujeres desconocidos brinden por mí y quizá arrojen unas gotas de ese licor, no a la tierra, sino al mar, para que mi garganta, cansada de la sal, pueda probar el dulce licor. Quizá, solo quizá.

En todo caso, hoy me despertarán los albatros y las gaviotas. Hoy dormiré con las luces de las estrellas guiando mi camino. ¿Qué más puedo pedir sino eso?

Quizá, solo quizá, soy marinero porque es mi naturaleza.

Quizá, solo quizá, soy marinero por decisiones que a mí no me incumben ni corresponden, sino que las almas han tomado.

Quizá. Sólo quizá.

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