Cuenta la leyenda, buscadores, y todas las leyendas son ciertas, que hubo una vez un dragón. Un dragón del que decían asustaba a los niños. Un dragón del que decían comía a los ancianos. Un dragón del que decían era cruel y malévolo.
Al oír esos rumores, un caballero decidió armarse, montar en su corcel y desenvainar la espada, para acabar con ese monstruo.
Con esa intención, entró en la cueva donde el dragón habitaba. El dragón, que estaba simplemente echando la siesta, pues era un poco vago, se asustó al ver entrar a un desconocido.
¿Qué haríais vosotros en su lugar? ¿Qué haríais si en vuestro hogar entra un caballero con una espada dispuesto a trincharos como si fueseis un filete? Asustado, el dragón enseñó, en un gesto de fiereza, sus colmillos. El caballero pensó: «¡Mírale, qué cruel es! ¡Acabaré con él!» Y atacó al dragón.
El dragón, aún más asustado, dejó de intentar fingir valor y simplemente exhaló fuego, algo natural en él. Así pues, lanzó una llamarada de proporciones gigantescas contra el caballero.
El caballero, asustado, retrocedió, pero una vez hubo cesado el fuego, volvió a atacar. Así estuvieron combatiendo, enfrentándose una y otra vez.
Cansados, sin poder derrotar al oponente, llegó un momento en que necesitaban simplemente tomar aire. En ese momento de descanso, el dragón gritó:
- ¿Qué haces entrando en mi hogar? ¿Por qué me atacas?
A lo que el caballero respondió:
- ¡Cruel monstruo, cruel criatura, que asolas pueblos, quemas ciudades y devoras mujeres! ¿Cómo no voy a atacarte? ¿Cómo no voy a herirte? ¿Cómo no voy a matarte?
El dragón palideció.
- Jamás he hecho nada de eso que me acusas. Jamás he hecho nada de esas crueldades sin nombre de las que dices que yo he sido protagonista.
El caballero rió.
- ¡Qué mentiroso eres! No solo eres cruel y fiero, también mentiroso.
- ¿Osas llamarme mentiroso en mi propio hogar? ¡Ahora sí me he enfurecido!
Con esas palabras, el dragón se dispuso a atacar, pero antes de hacerlo, llevado por el sentido común, titubeó.
- ¿Cómo voy a hacer todo eso de lo que me acusas? ¿Quién te has creído que soy? No soy cruel ni fiero. Soy distinto, que no es lo mismo. Es verdad que yo vuelo y tú no. Es verdad que exhalo fuego y tú no. Pero no he hecho nada de lo que me acusas.
El caballero palideció y durante un momento, solo un momento, titubeó. Quizá ese monstruo no fuese tan monstruo. Quizá esa criatura de pesadilla en realidad no fuese tan terrible, sino más bien distinta.
Distinta a lo conocido. Distinta a aquello a lo que estoy acostumbrado. El caballero dudó, decidió envainar por un segundo su acero y hablar con ese monstruo al que pronto, estaba seguro, daría muerte.
- Dices que no has hecho nada de ello y, sin embargo, todos te acusan. Dices que no has hecho nada de ello y, sin embargo, todos hablan de tu crueldad. ¿Cómo es posible?
- Soy distinto – dijo el dragón -. Yo vuelo y vosotros os arrastráis por el suelo. Y eso genera envidias. Soy distinto. No me comprendéis y a veces me envidiáis. ¿Qué más se necesita para que los rumores, las mentiras y los bulos circulen en torno mío? Es verdad que exhalo fuego, y es verdad que me he comido algún caballo, algún cordero, quizá, solo quizá, algún buey. Pero siempre que lo he hecho, he dejado una moneda de oro. Sí, he oído la leyenda de las monedas de oro, pero dicen que son los duendes del bosque, que son las hadas, quienes así recompensan a los pobres que han perdido, en las manos crueles de un dragón, uno de sus más preciados bienes. No han sido duendes. No han sido hadas. Los duendes son avaros, o eso dicen. Las hadas no entienden de dinero, o eso dicen.
He sido yo quien ha decidido recompensar de justa manera aquella pérdida que he provocado por saciar mi apetito. Después de todo, yo también tengo que comer.
El caballero dudó. Había oído hablar mucho de la crueldad de este dragón, pero, sin embargo, el dragón parecía más inclinado a hablar que a devorarlo. Una vez pasado el susto inicial, el dragón parecía una persona, entre comillas, inteligente, razonable, sensata, incluso educada. Quizá, solo quizá, me haya dejado llevar por bulos y mentiras. Quizá, solo quizá, antes de entrar en el hogar de alguien dispuesto a arrebatarle la vida y sus posesiones, tenía que haber pensado un poco. Quizá, solo quizá, en un mundo en el que el bulo, el rumor y la mentira se convierten en amo absoluto, haya que aferrarse más que nunca al sentido común, al respeto, a la tolerancia. Quizá no todos los caballeros fuesen tan nobles, tan valientes, tan inteligentes y tan dispuestos a ayudar a los demás. Quizá no todos los dragones fuesen criaturas horrendas dispuestas a asolar ciudades y pueblos. Quizá, solo quizá, aquel al que llamo distinto, aquel al que odio, aquel al que margino, no sea más que distinto, diverso.
Quizá, solo quizá, aquel al que odio, aquel al que recrimino por ser como es, sea simplemente diversidad. Y quizá, solo quizá, esa diversidad enriquezca a la unidad. Y quizá, solo quizá, si sembramos respeto, tolerancia y sentido común, podamos crear un mundo mejor que el que
estamos viviendo. Quizá, solo quizá.
Qué sabré yo que solo me dedico a contar cuentos. Pero hoy sí quiero invitaros a esta reflexión. Al que odio por ser distinto, al que margino por ser diferente, quizá enriquezca con su diversidad la unidad. Quizá no seamos fotocopias, quizá no seamos todos iguales, pero quizá esa sea una de las mayores fuentes de riqueza que la unidad tiene.
Quizá. Solo quizá.