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-Papá, papá, ¿Qué es un Canalizador?
-¿Un canalizador, hijo? ¿Por qué preguntas eso?
-Pues lo pregunto, papá, porque he oído que en el pueblo ha llegado un Canalizador. Venían en un viejo caballo cubierto de polvo y arena, pero sus botas estaban lustrosas. Él dice que oye voces, que escucha voces que no son la suya. Por eso te pregunto, papá, ¿qué es un canalizador?
Suspiré. El sol hoy era cruel, castigaba nuestra espalda y el trabajo en el campo era cada vez más duro. Miré a mi alrededor, donde las doradas mieses parecían esperar impacientes que realizase mi trabajo, que recogiese el fruto de tanto esfuerzo. Sin embargo, mi hijo, en su juventud, parecía que no se centraba en lo importante y se ponía a hablar de cosas que ahora no tenían ningún sentido ni importancia.
-Un Canalizador, hijo -le contesté, pues sabía que mi hijo tenaz me seguiría preguntando-, es alguien que escucha, que oye voces internas, por decirlo así, voces que solo él puede oír.
-¡Pero papá, entonces lo que es un Canalizador es un loco!
-No, no, cariño. Hay una diferencia.
-¿Cuál, papá?
-Mira, un loco escucha la voz de su deseo y escucha la voz de su miedo. Un Canalizador escucha la voz de la trascendencia, escucha la voz de su verdadero ser. Escucha la voz de lo que verdaderamente somos, una voz que puede adoptar distintas formas o que puede enlazar con seres a los que ponemos nombres que a veces ni siquiera son adecuados.
Pero un loco, hijo, escucha la voz del miedo y del deseo. Un Canalizador escucha su verdadera voz, esa es la diferencia.
-No termino de entenderlo, papá.
-Ni falta que hace. Eres agricultor, tu misión ahora es cosechar, no estar pendiente de tonterías que te apartan del presente. Hoy tu labor es esta. Mañana, cuando terminemos el trabajo, cuando volvamos al pueblo, cuando tengas tiempo de ocio, entonces podrás preocuparte de aquello que ahora te quita tu atención de lo único que importa, el presente.
-Pero papá, cuentan que ese canalizador sabe muchas cosas.
-No, hijo, un canalizador no sabe más que los demás. Un canalizador simplemente escucha a quien verdaderamente sabe y nos lo transmite. Pero un canalizador no es ni más sabio ni más ignorante que aquellos que le rodean. Es más, un Canalizador, en realidad, debe fundirse con aquellos a los que transmite el mensaje, ser uno más de ellos para así comprenderles mejor, para así vivir mejor su realidad y poder entender mejor las circunstancias que están experimentando. Un Canalizador no es más que una puerta que se abre, una puerta que se abre a una verdadera sabiduría, y es tu responsabilidad, si eres el oyente, prestar atención. Pero el canalizador lo único que tiene que hacer es dejar que esa puerta se abra.
-Querrás decir, papá, hacer que la puerta se abra.
-No, hijo, no. El Canalizador no puede hacer que una puerta se abra. El canalizador deja que la puerta se abra. El canalizador no hace, el canalizador permite. El canalizador no hace, no construye, el canalizador deshace, deconstruye las limitaciones, los miedos, las expectativas, los estereotipos que todos llevamos dentro y que son los que bloquean esas voces.


Un Canalizador no es un arquitecto que construye, no es un albañil que edifica, es simplemente aquel que deja que todo caiga, aquel que deja que se deconstruyan, que se derriben las barreras que los miedos, los deseos y las expectativas han creado. Un canalizador es, en cierta forma, un agente pasivo que no hace nada, no un agente activo que construye, que edifica desde el ego, desde la mente, desde el miedo, desde el deseo, desde los caprichos, sino aquel que deja que todo ello caiga para que aflore nuestra verdadera realidad, para que aflore nuestro verdadero Ser, para que podamos escuchar aquello que en cierta forma es como el viento, que no tiene una forma exacta, concreta, que no podemos ver, que no podemos asir con estas manos y que, sin embargo, está presente. Que a veces es una suave brisa que me refresca, que otras veces es un huracán que derriba todo aquello por lo que tanto he luchado. El viento que a veces me impulsa y a veces me frena, el viento que parece caprichoso y sin embargo es sabio. El viento que unas veces es helador y congela mi sangre y otras veces es ardiente, árido y agrieta mi piel. El viento que se metamorfosea, que adopta infinitas formas, que se llena de nubes sobre gotas de lluvia y que al mismo tiempo es invisible, inasible, a veces incluso inaudible para nuestros oídos.

Un Canalizador es solo aquel que escucha el viento. No es más, hijo mío, que aquel que escucha el viento. El viento, el mismo viento que corre entre las espigas de estos campos, que agita tu pelo enmarañado y sucio, que refresca mi cara al atardecer, que calma mi sed trayendo la lluvia. El viento, el mismo viento, hijo mío, es el viento que escucha el canalizador, el viento de lo que algunos llaman el destino, porque el destino, hijo mío, es una expresión de nuestro verdadero ser, es un reflejo, una continuación, un proyecto, unidad con mi verdadero Ser, con lo que algunos llaman alma, que se manifiesta en pequeñas coincidencias, en pequeños accidentes, en pequeños golpes de suerte, en contrariedades que parecen arrebatarme todo lo que he construido.
El viento que tiene infinidad de formas, responde todas ellas a la voluntad del alma. Al camino que el alma ha trazado y hoy, hijo, ya que tienes pocas ganas de trabajar, te contaré lo que pienso yo del viento, lo que pienso de la vida, de nuestro verdadero ser, y te lo contaré de la mejor forma posible, jugando.
Jugar nos permite centrarnos en el presente, jugar nos permite olvidar el miedo, nos permite ser aquellos que creemos no ser, jugar nos permite cambiar.
Cambiar como un camaleón para encarnar aquello que creemos que no somos, sin saber que todos somos verdadera unidad. Jugar nos permite aprender, disfrutar y olvidar.
Porque parte del aprendizaje, hijo mío, es olvidar lo aprendido para poder, de cierta forma, vaciar la copa que soy y que se llene de nuevo con nuevos líquidos o nuevos sabores, con nuevas texturas que saciarán mi sed. Una sed no de conocimiento vacío, vacuo, intrascendente. Una sed de verdadera sabiduría, de aquello que trasciende al tiempo, de aquello que trasciende a lo que parece no tener una trascendencia real, que también es producto de ese viento.


Hijo, juguemos y qué mejor forma de jugar que contarnos cuentos. Cuentos acerca de ti y de mí, de nuestro verdadero ser que hoy encarna en esta carne, en estas manos y que en otras ocasiones ha encarnado de otras maneras. A veces hemos sido reyes o esclavos, verdugos o víctimas, perseguidos o perseguidores. Hoy, hijo, hablemos del viento, de cómo el viento se manifiesta en nuestra vida, de cómo el viento mueve las espigas, cómo mueve esos cabellos que tanto amo y cómo impulsa o frena mi camino. El viento al que el canalizador escucha, el viento al que damos nombre de guías, de maestros, de seres que no entendemos, de ángeles sin cuerpo, sin forma definida. El viento que es continuidad, expresión, unidad, reflejo, espejo de mi verdadero ser, de mi alma.
El viento.
Oigamos hoy el viento, hijo mío, seamos hoy canalizadores. Escuchemos aquello que el viento, en su infinita sabiduría, quiere contarnos.

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