- Mamá, mamá, de mayor quiero ser escultor.
- Pero hijo, ¿escultor? Un escultor no gana dinero. Un escultor no es respetado. Y un escultor nunca va a tener un buen coche ni una casa grande.
- Pero, mamá, yo quiero ser escultor.
- ¿Y por qué, hijo? ¿Por qué quieres ser escultor?
- Pues, mamá, porque un escultor tuvo que ser el que creó todo.
- ¿A qué te refieres, hijo?
- Claro, tuvo que haber un escultor que le diera forma a mi cuerpo y a las estrellas y a la luna. Que le diera forma a mis amiguitos. Que le diera forma a papá. Que te diera forma a ti. Un escultor que decidiera cómo sería el universo y el sol y las estrellas. Yo quiero ser escultor como él, para dar forma a lo que no tiene forma, para dar forma a aquello que es, por decirlo así, un diamante en bruto, pero que no ha demostrado todo lo que puede llegar a ser. Porque yo creo que en el fondo eso es lo que hacemos en la vida, dar forma a nuestro camino, demostrar todo lo que podemos llegar a ser y a dar. Porque mamá, seguro que el escultor lo que quería es que el universo fuera un acto de entrega.
- ¿A qué te refieres, hijo?
- Un acto de entrega, mamá, quiere decir que yo dé algo a los demás, que nos demos unos a otros, que nos demos amor, respeto, tolerancia, solidaridad. Tendría que ser un escultor muy tonto para que creara un universo en el que lo importante es lo que yo tengo y que fuera válido quitártelo a ti para quedármelo yo. Sería un escultor muy tonto. Y yo no creo en los escultores tontos. Yo creo que el escultor era sabio, y si es sabio, seguro que estaba lleno de amor. Y si estaba lleno de amor, seguro que ese escultor trazaba, creaba y forjaba los caminos en torno al dar, al entregar, al servir.
- ¿Servir?
- Sí, mamá, servir. Servir quiere decir ponerme a disposición. Quiere decir que hay algo que es más importante que yo. Que hay algo que es más importante que mi coche, que mi casa, y que todos esos caprichos que me quiero dar. Sí, mamá, yo creo que el escultor trazó un camino y que el camino gira en torno a dar, a dar a los demás, a darme a mí mismo amor, a dar a los demás amor, a comprender que todos hemos nacido de las mismas manos, del mismo escultor. Que tengo que servir a algo que sea más importante que mi bicicleta. Algo que sea más importante que tener un gran coche o poder presumir de mis vacaciones. Sí, mamá, yo creo que el escultor era sabio. Y creo que un escultor sabio quiere que demos y que entreguemos, que sirvamos, que nos pongamos a disposición de ese fin, de ese bien último.
¿Sabes mamá? Yo creo que ese escultor tiene manos suaves y delicadas.
Creo que ha creado mi cuerpo con esmero para que tenga la experiencia que debo tener.
Creo que creó mi mente también con cuidado para que sea la mente como debe ser para que yo pueda aprender. A lo mejor una mente tozuda, como dices tú que soy. A lo mejor una mente inquieta, curiosa, a lo mejor una mente un poco vaga, como dice papá que soy cuando estudio, pero la mente adecuada.
¿Y sabes? Creo que cuando me juzgo y cuando me desprecio, y cuando olvido que el Creador me hizo así, soy un poquito ignorante. Creo que cuando pienso… no debería ser así, debería ser de otra manera y soy tonto y malo y vago. Creo que cuando, cuando me juzgo, cuando me castigo y cuando me culpabilizo, fíjate, creo que estoy despreciando a las manos del escultor. Creo que el escultor pensó que en esta vida este niño, o mejor dicho, este alma, necesitará que el niño sea un poquito vago. A lo mejor un poquito inquieto. A lo mejor muy curioso. Para aprender.
Sí, mamá. Yo creo que cuando me juzgo estoy despreciando las manos del escultor. Estoy despreciando su sabiduría, su amor. Desprecio el orden, la coherencia y el universo del que formo parte. Sí, mamá. Creo que en cambio de juzgarme debería aprender a aceptarme, a aceptar que si tengo tantos caprichos como dices que tengo es porque el escultor sabía que mi alma y la tuya, mamá, porque tú aprendes conmigo, siempre dices que tú sabes más que yo y mi hijo y me dices «calla hijo, molestes». Pero mamá, tu alma también tiene que aprender como aprende la mía. Aprendemos juntos. Es más, aprendemos en unidad. Sí, mamá, estamos aprendiendo juntos de la mano en este camino y, quizás, en otros. A lo mejor en otra vida yo era un padre autoritario y tú eras una hija un poco rebelde. Y ahora te estás vengando de mí. Claro, por eso me castigas tanto.
- Hijo…
Que no. Que no, mamá. Que no, que me castigas mucho.
Bueno, espera, he dicho «vengar». No, yo creo que en este universo, en esta obra de este escultor, la venganza no puede tener cabida.
Yo creo que nuestras almas no se encuentran para vengarse, ni para castigarse ni para culpabilizarse. Creo que se encuentran para aprender a amarse. Creo que tu camino y el mío, mamá, se han cruzado muchas veces. Y puede que haya sido tu padre o un amigo o un hermano. No lo sé, mamá, pero seguro que han sido caminos de amor. Seguro que si tú y yo hoy volvemos a encontrarnos es porque el escultor nos está dando la posibilidad de aprender a amarnos de forma más plena, de forma más sabia. Quizá, quizá con otras máscaras, con otros nombres y con otros puestos, yo hoy soy el hijo y quizás mañana sea el padre o el marido o el hermano, y viviré ese rol para aprender, mamá. Pero al final es aprender a amar. Es aprender a amarme hoy, siendo cabezota, quizás en otra vida siendo humilde, a lo mejor en otra siendo amable o intolerante. No lo sé. Pero creo que el escultor lo que me está dando es la posibilidad de aprender a amarme.
Creo que el escultor lo que me está dando es la posibilidad de aprender a respetarme así, tal y como soy, con eso que llamamos defectos y eso que llamamos virtudes. Sí, mamá, yo quiero ser escultor, quiero tener esas manos suaves, delicadas, pero al mismo tiempo firmes. Quiero saber crear una obra con orden, con coherencia, con sabiduría, con justicia. Una obra, mamá, de la que yo formo parte en unidad. Una obra, mamá, en la que no tengo amigos ni padres. En realidad, lo que tengo es unidad. Es más, soy unidad. Mamá, quiero esculpir, quiero esculpir un universo. Es más, fíjate, creo que en cierta forma ya soy escultor. Creo que es mi alma, es mi alma verdaderamente, mamá, quien esculpe mi camino, quien decide que yo seré ese niño un poco protestón y muy curioso que soy. O que seré en otro momento un marinero y cruzaré los mares, o a lo mejor un valiente soldado, o a lo mejor, quién sabe, a lo mejor en otra vida era niña. A lo mejor en otra vida fui… Vete a saber.
¡Mamá, yo quiero ser astronauta! En otra vida o cuando sea, pero quiero ser astronauta y quiero contar las estrellas. Y quiero ver la luna de cerca, a ver si es tan grande como me dices que es. Mamá, quiero tantas cosas. A lo mejor por eso tendré tantas vidas. Porque no puedo hacer todo lo que quiero hacer en una sola. Porque no puedo ser astronauta y médico y fontanero en la misma vida. Porque no puedo ser capitán. Y a lo mejor, a lo mejor abogado. O a lo mejor ingeniero, como quiere papá. O a lo mejor veterinario como quieres tú. A lo mejor una vida es tan poco tiempo que necesito más. A lo mejor necesito más capítulos de un libro para vivir muchas aventuras, para ser muy rico y a veces muy pobre, para ser el propietario de muchas bicicletas y a lo mejor ser un niño que ni siquiera sabe que existen las bicicletas.
Sí, mamá, yo creo que soy el escultor. Yo creo que soy el escultor que ha trazado este universo, lo que pasa es que, es que no me acuerdo, no me acuerdo, mamá. No me acuerdo que yo formo parte de ese escultor. Es más, no me acuerdo que tú eres conmigo escultor. No me acuerdo que papá y mis amiguitos son conmigo los escultores de este universo. Pienso que soy el niño y soy el escultor. Sí, mamá, y ese escultor me da la posibilidad de ser muchas cosas. Niño, padre, niña, madre, abuela… yo qué sé.
¡Ay, mamá, qué suerte tengo! Qué suerte tengo de que soy escultor, qué suerte tengo de que soy niño y que soy tu hijo. Qué suerte tengo. Fíjate, mamá, antes de que digas nada, creo que en realidad la suerte no existe. Creo que si el escultor es sabio, y lo es, creo que si el escultor es valiente, y lo es, creo que si el escultor es coherente y desde luego lo es, creo que no puede dejar nada al azar.
Creo que cuando construye el universo, lo construye con mucho cuidado, con mucho mimo, con mucha ternura. Creo que lo construye con sabiduría. Y en la sabiduría no cabe la suerte. Creo, mamá, que soy tu hijo por un por qué y un para qué. Creo que tú eres mi madre por un por qué y un para qué. Que cuando me pongo malo justo la noche antes de los exámenes, a lo mejor es por algo. No sé qué será, pero a lo mejor es por algo. Creo, mamá, que todo tiene una razón. Y sabes, creo que igual en una vida no puedo aprenderlo todo. Creo que igual necesito muchas vidas. Y sabes, el escultor, yo mismo, me las doy. Me doy tantas vidas como necesite para reencontrarme contigo y amarnos, amarnos cada vez mejor, más sabiamente. Sí, mamá. Soy el escultor. ¿Y sabes lo que más alegría me da? Que tú eres el escultor conmigo, en unidad. Y papá. Y mis amigos. Y mis abuelos. Fíjate, incluso el abuelito que ya hace tanto que murió que casi no me acuerdo de él, incluso él está conmigo. Es conmigo el escultor. Sí, el abuelito también. Y ahí, ahí no me olvido de su cara ni me olvido de cuando me cogía de bebé, ni me olvido de nada. Ahí él está conmigo. Él es conmigo. Qué importante es la diferencia, mamá. Yo no estoy en la fuente, Yo Soy la fuente. ¿Y sabes? Nunca podré dejar de serlo. Mi mente me dirá que me he separado, que me he perdido, que de alguna manera me alejé de mi hogar. No, yo soy ese hogar. Yo soy esa fuente. Yo soy esa luz. Yo soy hoy, seré y he sido siempre, mamá, el escultor. Solo, solo que no me acuerdo. Sólo, mamá, que no me acuerdo.