Menú Cerrar

Érase una vez un maestro samurái.
Un hombre que, cansado de que su acero se tiñese de rojo carmesí, decidió visitar a un maestro herrero.

-Maestro -le dijo-, estoy cansado de infringir dolor con mi acero. Estoy cansado de arrebatar vidas y de provocar sufrimiento allá donde voy. Es hora de que este acero, que tanto dolor y tanta muerte ha causado, se convierta en un instrumento de vida. Tú, que tanto sabes del metal, dale una nueva forma, dale un nuevo sentido, convirtiéndolo en una azada que permita sembrar alimento, que permita compartir riqueza y prosperidad en cambio de sangre y sufrimiento.

El maestro herrero cogió con delicadeza en sus manos encallecidas la katana. Observó con ojo diestro la belleza con la que el acero había sido forjado y cómo su filo seguía intacto, como si no hubiese sido nunca utilizado.

Suspiró, pues la belleza de la katana le impactaba. Dirigiéndose al samurái, le dijo:

-Con el calor de la forja convertiré este acero ensangrentado en el portador de la semilla de una nueva vida.

El acero es como las personas, siguió hablando el maestro herrero, cuando se someten al calor suficiente, renacen. Renacen convertidos en algo nuevo. Renacen convertidos en portadores de esperanza, cuando antes simplemente eran portadores de sufrimiento, renacen convertidos en portadores de vida, cuando antes simplemente portaban muerte, o renacen convertidos en caminantes de un nuevo camino, cuando antes simplemente pensaban que su camino ya era conocido y en muchos, muchos sentidos, limitado.

El trabajo de un maestro forjador del acero es el trabajo que realiza una persona sobre su vida. Reconvertir una y otra vez el acero teñido de sufrimiento, de dolor y, en cierta manera, de muerte, reconvertirlo en un acero teñido de esperanza, de una vida nueva. Una vida nueva, aunque sea en cierta forma, en un cuerpo ya antiguo. Un cuerpo que con décadas se renueva, se transforma y renace para vivir nuevas aventuras y nuevos caminos.

Curiosamente, cuando somos sometidos al fuego de la vida, a la forja que el destino pone en nuestro camino, aquello que pensábamos que no podía ser transmutado ni olvidado, aquello que pensábamos que nos iba a atar siempre, se disuelve, por decirlo así, se olvida. El calor es lo que hace, disolver aquellas ataduras que pensábamos que eran irrompibles y nos devuelve a nuestra naturaleza más básica, más esencial.

Yo convertiré este acero en el núcleo de lo que verdaderamente es el metal. Y en ese núcleo se olvidará la sangre derramada, el sufrimiento infringido, y solo quedará la potencialidad. Eso es lo que hacemos las personas en nuestra vida. Sometidos al fuego de la vida, dejamos atrás nuestros pecados, nuestras limitaciones y nuestras culpas para poder, en muchos sentidos, empezar de nuevo.

Em

pezar de nuevo es un acto de valor y es un acto de sabiduría, pero también es un acto de perdón.

Me perdono a mí mismo por mis limitaciones, me perdono por mis supuestos errores, me perdono por todo aquello que no supe vivir de manera mejor.

Me perdono.

El perdón es, en muchos sentidos, uno de los grandes fuegos de la vida. Me permite transformar, transmutar aquello que ya está limitado, oxidado, en cierta manera manchado por mis supuestos errores. Transformarlo en algo puro, en algo intacto, en algo que se prepara para vivir una nueva vida.

Cuando someta esta katana al fuego de la vida, al fuego de la forja, no solo transformará y transmutará el acero, también transformará y transmutará al portador del acero.

Así, el samurái que ha ensangrentado esta katana se transformará en el agricultor, un agricultor honrado, un agricultor trabajador que sembrará en el campo nuevas semillas de esperanza y que compartirá esos frutos allá donde germinen.

Compartir es, en muchos sentidos, el mayor acto de amor.

Compartir lo poco, lo mucho que se tenga, compartir lo poco o mucho que se sea. Tú que compartiste sufrimiento, ahora compartirás vida y ahí estará tu redención. Y no tendrás que lamentarte por lo vivido, ni tendrás que castigarte a ti mismo por haber sido aquel que puso fin a tantas vidas, porque todo ese camino era necesario para que hoy un agricultor naciese bajo este sol. Nacerás transformado en agricultor, en portador de vida. Llevarás tus semillas y tus frutos allá donde sean oportunos.

Y ese fruto de vida que compartirás será, en muchos sentidos, la herencia del samurái.

Eran necesarios en mi camino los errores, los tropiezos, las lamentaciones, el sufrimiento, para que hoy hubiese un fruto de sabiduría.

El sabio mira a su pasado, no desde la amargura y desde el juicio y el castigo, sino desde la comprensión.

Cada paso del camino era necesario. Cada paso del camino era necesario para esta sabiduría que hoy compartiré, para el amor que derramaré, para aquello que entregaré a los que me rodean.

Y aquellos que beban de mi fuente, aquellos que beban de mi sabiduría y que coman de mi pan serán, en muchos sentidos, los beneficiados por el error, o mejor dicho, lo que llamamos error, que supuestamente cometí a lo largo de mi vida.

Hoy te entrego no una katana, te entrego una azada. La más hermosa de las herramientas, la más hermosa de todas las posibilidades. Entregar vida. Hoy te la entrego a ti, no al samurái, al agricultor.

Una nueva herramienta para una nueva vida. Una nueva herramienta para una nueva identidad. Porque el fuego de la vida nos forja una y otra vez. No soy lo que fui. No soy lo que viví. No soy los errores que cometí. Soy la esperanza que traigo a este camino. Soy el amor que puedo entregar. Soy todo aquello que de bueno puedo aport

ar a quienes me rodean. Hoy soy eso, esperanza, perdón y libertad. Cuando antes fui una espada manchada de sangre, hoy soy azada, portadora de vida.

Esa es la maravilla de la redención. Esa es la maravilla del perdón. Esa es la maravilla de este camino en el que el fuego que portamos dentro nos libera de los supuestos errores que cometimos en el pasado.

El fuego del perdón, del amor y de la compasión.

¿Y qué mejor lugar para sembrar compasión que en mi propio corazón? Nunca podré entregar el fruto del perdón, sino lo siembro en mi propio corazón.

Gracias.

Gracias y bendiciones.

Canalizado por Alberto López Canalizador.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *